Capítulo octavo: Veinte primeras citas – Parte 1
Salimos rápidamente de la torre. Jay y Bob cargaban con el cuerpo de Silencioso. Hay que reconocer que se encuentran en buena forma, ya que Silencioso es una mole de músculos que debía de pesar lo suyo, pero ellos lo llevaban como si nada pese a estar en forma humana, ya que en su forma de hombre lobo uno de ellos podría haber cargado con él sin problemas, y ambos se movían al unísono como una bella coreografía haciendo que el cuerpo de Silencioso se moviera lo menos posible.
Yo insistí en cargar el de Laura, era mi responsabilidad. Cuando la cogí del suelo de la habitación de la torre y la levanté, hice acopio de todas mis fuerzas, ya que pensaba que me costaría bastante, puesto que Laura pesaría la mitad o menos que cualquier hombre, aun así, pesaba casi lo mismo que yo.
Pero eso fue antes de que cambiara de cuerpo, cosa que se me había olvidado completamente, por lo que, al levantarla con toda mi fuerza, la lancé por los aires, haciendo que se golpeara en el techo y se diera otro golpe al caer.
Me quedé unos instantes parado sin saber qué hacer. Si había obtenido la fuerza del cuerpo que ahora habitaba, ¿qué más cosas habré ganado, o perdido? Tendría que averiguarlo al volver a casa.
Rápidamente cogí el cuerpo de la pequeña Laura del suelo y salimos huyendo de la torre como alma que lleva el diablo. Me sorprendió gratamente ver que este cuerpo también me permitía correr más rápido que el mío original. Me pregunto si seguirá siendo tan resistente, si habré perdido la conexión con el mundo de los muertos que me permitía soportar un castigo que destruiría a muchos otros de mi especie. Otra cosa más que averiguar.