Capítulo Quinto: Falsas Apariencias – Parte 4
Cuando nos hubimos alejado bastante del convento, Noa se acercó a mí y me dio una bofetada.
– Que sea la última vez que haces una estupidez como la que has hecho antes
– ¿Perdón? No entiendo – quizás se refería a lo del brazo
– Que sea la última vez que me salvas. Soy lo suficientemente mayorcita como para cuidar de mi misma. Además, tú no eres quien para sacrificarte por mí
– Sí lo soy, Fräulein Noa. Por dos razones. La primera, soy un caballero y como tal intento evitar en la medida de lo posible que le hagan daño a una dama, y más si es tan bella como vos – maldita sea, como he podido decir eso último – segundo, os dije al encontrarnos en el convento que cuidaría de vos. Y yo nunca falto a mi palabra
– Así que además de simpático, eres culto y educado. Eres un buen partido. Qué lástima que seas más feo que pegarle a un padre. Por cierto, además de italiano y alemán ¿qué otros idiomas hablas?
– El italiano no lo domino, ya que son varios dialectos bastante parecido entre sí, pero puedo entender desde el véneto que es el idioma de mi madre hasta el napolitano. Y como lenguas separadas – proseguí – domino el árabe, el latín y el griego como todo buen erudito que se precie, así como el francés, que es el idioma de la nobleza. Y por supuesto el castellano y el occitano
– Vaya, vaya, así que dominas el griego y el francés. Es bueno saberlo
Noa y Vicky empezaron a reírse mientras se alejaban. No entendía el chiste, o la gracia, que hay en conocer varios idiomas.
Antes de partir hacia el monasterio para entregar la mano de jade, me giré una última vez a mirar el convento.
Había algo muy extraño en el edificio, como una presencia, así que lo miré con más detenimiento. Y de repente lo vi.
El edificio estaba embrujado, y no sólo eso, sino que además estaba vivo, lo veía palpitar.
Estaba rodeado por un aura que emitía unos destellos como los que emiten los humanos.
Ahora mismo estaba de un rojo brillante, lo que deduje que debía ser enfado por nuestra huida.
Volví por donde había venido para coger una de las piedras que se habían desprendido del muro con el paso de los años.
Cuando tuviera un poco de tiempo, me gustaría experimentar con la piedra para averiguar qué secretos esconde.
Volví al monasterio y fui directamente al despacho de Bárroco.
– Gute nacht, Herr Bárroco. Os traigo lo que me habíais pedido
– ¿Ah sí? – me respondió con un toque de sorpresa en su voz – pues dámela, rápido
Me acerqué y le extendí mi mano derecha. Bárroco se me quedó mirando.
– Humor bávaro – dije – aquí está vuestra preciada mano de jade – saqué la garra del demonio y se la entregué – ahora llevadla al lugar que le corresponde
– Estate tranquilo Markus, que así será
– Pues si no deseáis nada más, me retiraré a mi celda a descansar
– Puedes marcharte. Le diré a uno de los monjes que te acompañe
Me retiré a mi habitación, por llamarla de alguna manera.
Yo no estaba muy acostumbrado a los lujos, pero esto era excesivo, incluso para mí.
Había un camastro que consistía en una tabla asida a la pared con dos cadenas.
No había nada más en toda la celda.
Aunque claro, quizás eso fuera debido a la falta de espacio de la habitación. Apenas había sitio para poder moverme. Por no haber sitio, no lo había ni para una triste ventana. Mucho mejor, así no tendría que preocuparme que pudiera entrar luz solar por ella.
El día transcurrió sin problemas, al menos para mí. Al caer la noche me levanté y me adecenté un poco.
Cuando salí de la celda me dirigí hacia la capilla. Llegué justo a tiempo para la misa. La oficiaba Bárroco.
Un laico oficiando una misa, eso es nuevo, aunque si es el encargado del convento, es lo más lógico.
Todo transcurría sin novedad hasta que llegó el momento de comulgar. En vez de levantarnos nosotros para comulgar, Bárroco fue pasando la copa entre todos los asistentes.
Que ceremonia más extraña. Tampoco repartió la oblea. En fin, deben de ser cambios en la liturgia que habrán aplicado durante mi letargo.
Cuando me tocó el turno de beber un olor familiar me inundó. Era el olor de la sangre y provenía de la copa. ¿Cómo diablos había conseguido transformar el vino en sangre? Había algo más. La olfatee con un poco más de detenimiento. No era sangre normal. Era sangre de vampiro. ¿Qué estaba pasando aquí? Decliné la copa arguyendo que hacía poco que había comulgado. Cuando levanté la vista, vi como la cruz que presidía la iglesia estaba invertida. Qué raro que alguien utilizara la cruz de San Pedro como imagen principal de una iglesia.
Además de que debería de haberme llamado la atención ese detalle nada más entrar, puesto que la cruz es enorme y tiene un Cristo de metal de unos dos metros y medio de alto crucificado.
Otro dato extraño es que la cruz de San Pedro no lleva a nuestro señor crucificado simplemente es una cruz invertida.
Demasiadas cosas extrañas estoy viendo por aquí. Debo hablar con Bárroco para subsanar estos errores. No se pueden permitir.
Cuando terminó la misa, Bárroco se dirigió a mí:
– Buenas noches querido Markus. ¿Me acompañáis al Elíseo? El príncipe quiere haceros una proposición
– Guten Abend, primo. Estar encantado de acompañar a vos al Elíseo, pero antes querer decir algo en privado”
– Todo a su tiempo. Lo primero es acudir al Elíseo. No hay que hacer esperar al príncipe
Fuimos en silencio durante todo el viaje. Al llegar al Elíseo, Bárroco pasó a la sala de audiencias mientras yo esperaba fuera. Al rato, el mayordomo me hizo pasar.
En la sala se encontraban el príncipe y sus dos consejeros. Hice una reverencia y esperé a que se dirigieran a mí para hablar.
– Buenas noches Markus. El príncipe quiere pediros algo – dijo Bárroco – Nos dijisteis que durante vuestra vida mortal fuisteis médico, ¿es eso cierto?
– Ja. Era el médico de la ciudad bávara de Múnich
– ¿Y estaríais interesado en volver a ejercer?
– Jawohl mein Fürst. Estaría encantando y además sería un placer y un honor servir a esta ciudad. ¿No hay galeno en una ciudad tan grande como esta? – pregunté
– Sí que lo hay, pero le ha ocurrido un percance
– ¿Qué le ha ocurrido? Si no es mucho preguntar
– Pues el médico lleva desaparecido un par de días. La guardia de la ciudad ha ido a su casa y se la ha encontrado vacía. No hay ni rastro de él, como si se hubiera volatilizado. Y como bien decís, no podemos estar sin médico en una ciudad tan grande. Salid afuera y hablad con Francis, el mayordomo. Él os acompañará a tu nuevo refugio
– ¿Se me concede la casa del médico como refugio?
– Así es, ¿Tenéis algún problema?
– Nein. Ninguno. Simplemente era para tener las cosas claras
– Bien pues. Partid para tomar posesión de vuestro nuevo cargo. Por cierto, Markus, cuando os hayáis instalado, venid a visitarme al monasterio, hay algo que quiero proponeros
– Muy bien, mein Herr, así se hará – hice una reverencia – Auf Wiedersehen
Salí de la sala y hablé con el mayordomo, que me llevó a la casa del médico.
Me quedé sorprendido cuando vi cuál era. Era la casa en la que Noa y yo habíamos entrado a esta ciudad. La del sádico.
¿Cómo demonios un engendro como ese podía ser el médico? Había roto de muchísimas maneras el juramento Hipocrático. Me alegro de que lo hubiéramos destruido para siempre.
Pasé y me instalé en la casa. Tampoco es que tuviera demasiadas cosas que dejar. Nunca he sido alguien con demasiadas posesiones materiales, y menos después de un tiempo en el Sueño.
Me di una vuelta por la casa para ir acomodándome a ella. Me extrañó no encontrar las escaleras de bajada al sótano. Aunque claro, si yo tuviera en el sótano todas las cosas que tenía el anterior inquilino, también lo ocultaría a la vista del común de los mortales, así que me puse a buscar con ahínco.
Pero yo no soy común ni mortal, así que, con un poco de esfuerzo, las acabé encontrando.
Debo de reconocer que el médico se lo había montado bien. Con unos pequeños cambios tendré un laboratorio estupendo para continuar mis investigaciones.
Después de estar un rato observando el laboratorio y pensando las modificaciones que debía de hacer, dejé la piedra que había cogido del convento en una mesa y partí hacia el monasterio a reunirme con Bárroco.
Al llegar pregunté dónde se encontraba el Abad y me dijeron que, en su despacho, así que subí y llamé a la puerta.
– Buenas noches querido Markus, pasa y toma asiento – dijo una voz detrás de la puerta
– Danke schön, primo – le dije mientras entraba y me sentaba – ¿Qué queríais de mí?
– Así me gusta, franco y directo, no te gusta perder el tiempo. Bien, lo que quería proponeros es muy personal. Tengo el espíritu de una persona muy malvada atrapado en una figura de madera en el sótano del monasterio y me gustaría saber si serías capaz de destruirlo
– Si estuviera al máximo de mis capacidades, no sería ningún problema, pero me encuentro bastante debilitado. Si me dais un poco de tiempo, en cuanto recupere mis facultades, os ayudaré encantado
– Muchas gracias Markus. Espero que te recuperes pronto, no quiero que ese espíritu malvado exista durante mucho más tiempo
Me despedí de Bárroco con un gesto de la cabeza y volví a la casa del médico a empezar mis experimentos. Pero no pude, porque empecé a recibir visitas de gente enferma.