Capítulo Segundo: El Circo de los Extraños – Parte 2
Me sacó de mi ensimismamiento una súbita explosión de luz y color. Había sonidos estridentes por todas partes. Familias enteras pululaban de un lugar a otro. Esto no se parecía en nada a las ferias que yo conocía, llenas de animales de granja y hombres discutiendo y negociando precios de compra y venta de mercancía.
Más que una feria, parecía un circo.
Nos paramos en una de las atracciones de la feria porque Victoria se encaprichó de un peluche, una especie de muñeca enorme y peluda.
Pero para conseguirla había que jugar a un juego que consistía en derribar unos patos con una especie de palo que lanzaba tapones autopropulsados.
El pobre Henry no se daba cuenta de que el palo disparaba los tapones con un ángulo de desvío determinado lo que hacía imposible acertar a uno de los patos si apuntabas directamente hacia él.
Después de varios intentos infructuosos de Henry, fue ella la que consiguió el peluche con una habilidad para lanzar los tapones asombrosa.
Victoria sí se había dado cuenta del truco. No está nada mal para ser una simple sirvienta humana. Debe ser una muy buena guardaespaldas.
Después del humillante episodio de la caseta de disparo llegamos al circo. Al llegar a la entrada y entregar nuestra invitación, Henry y Vicky preguntaron por unas personas y nos dijeron que no se encontraban en el lugar.
Nos dieron una dirección que según me indicaron no se encontraba lejos de allí. Y sin más dilación, nos encaminamos hacia allí.
Al poco llegamos al lugar indicado y llamamos a la puerta, pero en vez de usar el aldabón, le dieron a un botón que se encontraba en un lateral de la puerta, incrustado en la pared. Si hubiera sido posible, me hubiera dado un paro cardíaco al oír una voz que nos hablaba desde la pared a través del panel lateral.
Nos preguntó quiénes éramos y que queríamos. Nos presentamos y explicamos el motivo de nuestra visita y se abrió la puerta. Para mi sorpresa, detrás de ella no se hallaba ningún sirviente, se había abierto sola. Otro de los avances que me había perdido.
Al llegar arriba, entramos en otra de esas habitaciones enormes que parecen casas, o pisos como las llamaba Henry.
Nos presentaron al variopinto grupo que se había congregado allí.
Jay, un harapiento y maloliente mendigo.
Bob, una especie de adolescente salvaje de mirada bestial.
Silencioso, un joven blanco como la leche y de extrañas facciones.
Todos se rieron cuando presentaron a los tres muchachos. Yo no entendí el chiste.
Laura, una alegre y jovial niña.
Raps, un extraño personaje de mirada violenta.
A todos nos había llegado la misma invitación. Y ninguno de nosotros conocía a los demás. Mientras estaban discutiendo los motivos de esta extraña reunión, mis sentidos aumentados captaron el débil grito de una mujer.
Rápidamente me dirigí hacia la fuente del sonido. Venía de una de las habitaciones contiguas. En cuanto llegué, abrí la puerta y me encontré un espectáculo dantesco.
Había sangre por todas partes. Charcos y manchas cubrían el suelo, palabras y frases escritas por la pared.
En medio de todo ese caos sanguinolento se encontraba una muchacha, mujer más bien, sentada encima de la cama con las muñecas abiertas y sangrando.
La clase de heridas que tenía eran de alguien que querría suicidarse cortándose las venas, pero su expresión de sorpresa y susto en su cara, y la falta de elementos cortantes cerca de ella, me indicaban que no las había hecho ella, por lo que no había sido un intento de suicidio.
Por la cantidad de sangre que había por la habitación y la manera de brotar de las muñecas de la mujer, ella no debería seguir viva. Así que solo había una explicación posible. Ella era una vampira.