Capítulo Sexto: Este cuerpo no es el mío – Parte 3
Subí a abrir mientras me ponía los guanteletes de hierro que me había regalado Laura, que me encajaban perfectamente. Estaba cansado y agotado por el esfuerzo que había supuesto realizar el ritual. Pero no era un cansancio espiritual, si no físico. Algo más me debía de haber pasado en el ritual y debía averiguarlo.
Estaba tan sumido en mis pensamientos que ni me di cuenta de que había llegado al final de las escaleras y abierto la puerta.
– Oh, perdonad. Me he equivocado. Pensaba que esta era la casa del médico – dijo la voz de una mujer
– ¿Eh? – respondí – No, no os habéis equivocado, esta es la casa del médico y yo soy el médico – no reparé en que mi interlocutora era Noa – ¿en qué puedo ayudaros?
– ¿Markus? ¿eres tú? ¿qué te ha pasado? – me dijo su bávaro con acento búlgaro
– Nada. Un experimento, que ha salido mal – la cabeza me iba a estallar – pero le pondré solución muy pronto. Podéis estar tranquila
– ¿Ha salido mal, dices? No tienes ni idea de lo que estás diciendo. El experimento ha salido bien, pero que MUY bien. Y nada de buscarle solución – me miraba con una sonrisa pícara mientras me comía, me devoraba, con la mirada – ¿Puedo pasar a tomar algo?
– Eh, si pasad, por favor. Estáis en vuestra casa, ya lo sabéis – aunque no hacía falta que hubiera dicho nada, puesto que ya había entrado – ¿a qué habéis venido?
– Pues si te digo la verdad, no me acuerdo. Ha sido verte con ese cuerpazo y se me ha olvidado el motivo. Aunque me alegro de haber venido, porque me están entrando ganas de hacer muchas cosas
Mientras reflexionaba sobre los últimos acontecimientos y como explicárselo a Noa para que lo entendiera, un pequeño escozor en la parte trasera de mi cuerpo me sacó de mi ensimismamiento.
– ¿Por qué hacéis eso? – me había pellizcado el culo
– Pues porque me apetece, hoy te veo con otros ojos – su mirada ardía de deseo – y no sé, veo ese culito tan respingón ahí, y me entran ganas de pellizcarlo, como ahora
Se acercó hacia mí y empezó a pellizcarme el trasero. Yo me resistí dándome la vuelta y golpeándole las manos con las mías.
Ella no cejaba en su empeño mientras yo no paraba de defenderme, cuando de repente, apareció un escalón de la nada y caí, pero no sin antes agarrar a Noa y arrastrarla conmigo al suelo.
Me puse de tal manera que yo absorbí todo el golpe, y ella cayó encima de mí, arropada entre mis brazos con su cara a escasos centímetros de la mía.
Nos quedamos unos segundos mirándonos. No me había dado cuenta de cuán hermosa era. Sus ojos celestes, sus delicadas facciones y su piel tersa y clara, acompañada de un largo y sedoso cabello rubio que caía por su espalda y ahora rodeaba su escultural cuerpo.
Y en ese instante me di cuenta de que después de casi cuatrocientos años desde la muerte de mi amada Irene, me había vuelto a enamorar.
Y no sólo me había enamorado de su físico, que también ayuda, si no de su imprevisibilidad, de su carácter alocado, que le añadía una chispa de vida a mi triste y previsible rutina. Quizás no todo tenía que estar perfectamente calculado y previsto.
Me hacía sentir como cuando estaba vivo y con junto a mi amada Irene.
Ella se encontraba encima de mí mirándome fijamente, como si estuviera esperando a que hiciera algo. Y así lo haré. Markus Johann Zellwegger no es un cobarde. Además, no tengo nada que perder, y sí mucho que ganar.
Hice a Noa a un lado y me levanté. Después la ayude a levantarse a ella. Tenía una leve sombra de decepción sobre su rostro.
– Mi señora Noa, yo me preguntaba si estaríais dispuesta a… – la expresión de Noa cambió totalmente. Ahora era una mezcla de alegría y lujuria
– Claro que sí. Es más, pensaba que un alemán cabeza cuadrada como tú nunca me lo pediría – me agarró de la mano y me arrastró hacia una de las habitaciones superiores.
– Un momento – me detuve en seco – ¿a dónde vamos?
– Arriba, a un dormitorio, donde va a ser si no. A menos que quieras hacerlo aquí
– Nein, nein – dije mientras negaba con la cabeza – hace una noche estupenda. Salgamos a dar una vuelta hasta el parque que se encuentra cerca de aquí, y allí lo haremos
– Vaya, así que te va el rollo exhibicionista. No me lo esperaba de alguien tan remilgado y estirado como tú, pero me gusta
No sé qué tiene de exhibicionista ir a un parque a contemplar las estrellas, pero bueno, serán cosas de mujeres.
Y un poco de imprevisibilidad no ha ido mal, quizás tenga que practicarla más a menudo.
Dejamos la casa. Al salir, Noa me cogió la mano. Se la veía muy alegre. El camino hacia el parque fue tranquilo y calmado. No hablamos. De vez en cuando Noa me pellizcaba el trasero y salía corriendo, sólo para que la atrapara unos instantes después entre risas. A ella se le veía reír con sinceridad. Una risa distendida, alegre y real.
Yo me sentía alegre y feliz. Eran unos sentimientos que quedaron enterrados hace casi mil años, el día en el que asesinaron a mi amada Irene. La única cosa que me hacía sentir algo parecido era cuando descubría algún hallazgo nuevo u obtener alguna pieza nueva de conocimiento, pero ninguna de esas cosas era comparable a esta sensación.
Y eso que el sentimiento no es igual que cuando estás vivo, ya que los sentimientos de un vampiro, si no los experimenta a menudo, se acaban aletargando. Y yo hacía muchos siglos que no sentía nada.
Arribamos al parque entre carreras y risas. La primera en llegar fue Noa, que se tumbó boca arriba en la hierba. Me miraba con una expresión pícara, y me hizo un gesto para que me acercara a ella. Y así hice. Me tumbé boca arriba a su lado.