Capítulo Tercero: La Ciudad Oscura – Parte 1
Me desperté justo al caer la noche, como siempre hacía.
Noa continuaba dormida, lo que me permitió echar un vistazo con más profundidad por el carromato.
Era una estancia pobre. No había ningún lujo por toda la estancia, aun así, tenía pequeños detalles que hacían la estancia acogedora.
No tenía retratos de su familia, sólo el de un hombre moreno. Qué extraño.
Había un par de ventanas que daban una extraña sensación de agobio. Estaban abiertas, pero era incapaz de ver nada a través de ellas, como si estuvieran cerradas, aunque siendo de noche no es de extrañar que no se vea nada en la calle.
Al cabo de un buen rato, Noa se despertó. Seguía con cara de indignada por lo que sucedió la noche anterior.
Y yo seguía sin comprender los motivos de su enfado.
Se puso delante del espejo a arreglarse y vestirse, mientras yo me daba la vuelta como de costumbre.
De repente escuché un grito y me giré.
Vi como unas manos oscuras, hechas de pura sombra, salían del espejo y agarraban a Noa mientras la arrastraban hacia su mundo al otro lado del espejo.
Parece ser que empieza a ser tradición que la arrastren a través de un espejo cuando se está cambiando. Quizás no tenga que girarme…
Sin pensármelo dos veces, la cogí de los pies para evitar que se la llevaran, pero no sirvió para nada.
Las manos eran demasiado fuertes, así que decidí que me arrastrarían a mí con ella a su mundo sombrío, dónde podría defenderla.
Cuando llegamos al otro lado del espejo, todo parecía una burda parodia de nuestro lado, pero con un toque más siniestro y oscuro.
Por toda la zona había una espesa niebla que casi se podía coger con las manos.
No había ninguna fuente de luz, exceptuando un pequeño e inquietante fulgor que no sabíamos exactamente de dónde provenía debido a la niebla.
– Vaya, había oído la frase de “A sus pies”, pero no me imaginaba que fuera tan literal – Era la voz de Noa
Allí estaba yo, agarrado a los pies de Noa. Postrado bajo esa magnífica figura.
– Esto no es lo que parece – Fue lo único que alcance a decir. Menuda estupidez
– Lo dicho, eres muy gracioso Markus. Lástima que tu cuerpo me dé tanto asco
Tenía suerte de que mi aspecto nunca me hubiera importado. Iba a responderle que no se fiara de las apariencias, pero un sonido de algo metálico arrastrándose me lo impidió.