Capítulo Tercero: La Ciudad Oscura – Parte 2
Vimos una figura enorme, de aproximadamente unos tres metros de altura. Era ancha y musculada. Llevaba una especie de delantal de carnicero y unos pantalones de cuero. La cabeza estaba cubierta por un extraño yelmo con forma piramidal hecho de un metal negro que absorbía la poca luz que había en el ambiente. Arrastraba una enorme espada, un descomunal cuchillo de carnicero para ser más exacto, hecha del mismo metal oscuro.
De él emanaba un aura de gran poder.
– ¿Estos son los fantasmas que os asaltan, Fräulein Noa? – pregunté
– Es la primera vez que lo veo. Y espero que sea la última
– Es un Schattenmann, una especie de espíritu muy poderoso hecho de sombra
– Vaya con el alemancito, eres toda una eminencia con los espíritus. ¿Y qué plan de actuación recomienda, Doctor Spengler? – dijo con su acento búlgaro
– El Doctor Zellwegger era mi padre, yo sólo soy Markus – le corregí – Si estuviera al máximo de mis capacidades, podría derrotarlo sin dudarlo, pero en el estado en el que me encuentro ahora y encima teniendo que ocuparme de vos, mi consejo es que huyamos
– ¿Y quién eres tú para protegerme y darme consejos? – me respondió – sé cuidarme muy bien sola
En ese momento la criatura lanzó un fuerte ataque con el cuchillo dirigido hacia Noa. Ella se giró rápidamente y sacó un escudo de la nada que detuvo el golpe.
– ¿Ves? no necesito tu ayuda – me hizo un gesto burlón sacándome la lengua
– Quizás para detener su ataque no, pero, Fräulein Noa ¿queréis decirme como os vais a librar de esos zarcillos que os están envolviendo el brazo desde el lugar dónde os ha golpeado su espada?
– ¡Quítamelos, quítamelos! – Noa estaba haciendo aspavientos intentando liberarse de la sombra
Hice unos gestos con la mano y los zarcillos desaparecieron entre la niebla. Cuando la miré para decirle que se anduviera con cuidado, vi como el escudo que había sacado hace unos instantes estaba empezando a desaparecer consumido por una oscuridad que surgía de la espada.
Una maraña de tentáculos oscuros surgía de entre la neblina que se arremolinaba entre nuestros pies. Yo me los quité fácilmente de encima usando las mismas técnicas de defensa contra espíritus que había utilizado instantes antes. Muy simples pero muy efectivas.
Entonces lo vi. El carnicero estaba preparando un ataque contra Noa
Tuve el tiempo justo para abalanzarme sobre ella y tirarla al suelo antes de que el gigantesco espadón diera buena cuenta del escudo y de su cabeza.
Allí estábamos, ella tumbada en el suelo boca arriba, y yo encima de ella boca abajo. A poca distancia uno del otro.
Rápidamente me levanté, nervioso.
– Creo que, esto, deberíamos de irnos – hice un gesto y levante una espesa barrera de niebla entre el ser de yelmo triangular y nosotros – No sé cuánto tiempo le entretendrá eso
Noa parecía contenta con la situación, como el que si me pusiera nervioso en su presencia fuera bueno.
Si estaba nervioso no podía pensar con claridad, y si no pienso con claridad, no soy nadie, y eso no es bueno.
– Bien, ¿y hacia dónde vamos, Doctor Spengler? – dijo Noa con una pícara sonrisa.
– Mi apellido es Zellwegger – le volví a corregir – allá al fondo he visto una pequeña luz, una especie de faro, si llegamos quizás pueda devolvernos al mundo de los vivos
– Eso, vamos hacia la luz, Carol Anne – dijo Noa entre risas
Esta mujer está loca. No entiendo nada de lo que dice, ni del por qué se ríe.
Salimos corriendo como alma que lleva el diablo hacia donde se encontraba la luz.
Al llegar, vimos unas escaleras que iban hacia arriba.
Subimos por ellas y al llegar final nos encontramos con una puerta.
Miré por la cerradura y gracias a mis sentidos aumentados vi lo que parecía una especie de cámara de tortura.
No es que fuera el mejor lugar del mundo para esconderse, pero sí era nuestra mejor, y única, opción. La puerta no estaba cerrada con llave, así que la abrí y entramos.
El lugar, una especie de sótano de tortura, olía a muerte y a descomposición. Estaba completamente cubierta de vísceras en diversos estados de putrefacción.
No era muy distinto a cómo estaba mi laboratorio o el lugar donde se tiran los deshechos de una carnicería, salvo porque en esos lugares se limpia más a menudo.
Parece que hemos salido de la sartén y hemos para caer en las llamas.
– Joder, aquí huele a muerto – exclamó Noa con una evidente mueca de asco.
– Pues yo no he sido
Noa se me quedó mirando con cara de sorpresa y de no entender lo que pasaba.
– Humor bávaro- respondí – Yo también se hacer chistes
– Vaya, así que también sabes hacer chistes, eres toda una caja de sorpresas – Noa empezó a reírse a carcajadas, cuando de repente oímos un ruido.
Nos quedamos en completo silencio mientras examinábamos nuestro alrededor.
Al otro lado del sótano se encontraba un hombre que empuñaba un bisturí. Iba vestido con una bata blanca, y estaba muy asustado a juzgar por la expresión de su rostro.